domingo, 16 de agosto de 2020

Betula y oscuridad de los órganos: sobre el bosque que vive en el cuerpo

 

En la actualidad desarrollo una investigación científico-surrealista en la materia imaginal del cuerpo (esa cepa simbólica de nuestra carne, tantas veces llevada al arte y los templos), y la estoy plasmando en un libro con algunas ilustraciones de la artista mexicana Adriana Manuela, con la que ya colaboré en el Tratado de las mariposas.

Básicamente, mi estudio consiste en atender las imágenes que la carne desprende al contacto con el ojo de la imaginación –esto es, cuando observo cualquier parte del cuerpo a la espera de que de ella surjan las imágenes que el cuerpo contiene.

Parecerá risible afrontar empíricamente este cometido, dada la falta de exactitud perceptiva de ese ojo (nada que ver con la de microscopios y/o telescopios). Sin embargo, yo no busco la luz sino lo que parece que se ve en la oscuridad (anótese todo lo que brilla). Además, la actividad me entretiene y me hace sentir integrada en el mundo de una forma esencial y poética.

Dicho esto, dos de las nociones desprendidas de mi estudio han sido que el cuerpo es un árbol y es bosque. Más adelante, en ese bosque he encontrado además aspectos intrínsecos a lo humano en general, más allá de un cuerpo específico

[por tanto, las imágenes parecen círculos y espejos; y así se me antoja que puede haber un alma de Correspondencias en la materia, susceptible de ser cantada. Eso intento en el libro].

Por otro lado, al adentrarme en el bosque me encontré de repente en el calendario celta de Ogham (una traslación así, ajena al espacio-tiempo, solo es posible a través del imaginario y quizá también a través de los campos mórficos de la biología).

Es este un calendario arbóreo (cada mes está representado por un árbol) de trece meses lunares, que casa perfectamente con la Escuela de las Órbitas que, al igual que a los cuerpos, rige a este libro.

Su primer árbol es el abedul, una especie que ama las riberas de los ríos y cuyos ejemplares parecen siempre jóvenes. El abedul destaca además por su capacidad para volver a colonizar rápidamente los territorios asolados por el hielo.

La observación imaginal del abedul nos habla de esto, pero también de nosotros mismos: vemos cómo se agrupan cerca de lo húmedo los corazones adolescentes, cargados de esperanza. O a la mujer mayor que rezuma betulina y te consuela con solo escucharte, hasta derretir el frío para que puedas seguir.

Y esto es solo una muestra de la red del mundo que se ve en la oscuridad de los órganos. Sigo afinando la mirada bajo la luna, intentando no perderme entre la arboleda. 

Nota: Los árboles del calendario de Ogham forman también parte del alfabeto de Ogham (más extenso que el calendario). En él, los árboles hacen la función de letras: el abedul, por ejemplo, se corresponde con la letra ogámica beth. 

Imagen 1:  Betula pendula. Fuente: https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=9591.

Imagen 2: Escuela de las Órbitas. © Adriana Manuela.  

 

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