En redes sociales comencé hace unos
años un álbum de imágenes y artículos llamado Metaforia,
con el que pretendía mostrar cómo estructuras dispares del universo compartían
analogías: neuronas y universo; hormiguero y árbol, etc.
En el plano de la psique-mundo, también
me ha dado por registrar analogías significativas, a las que he llamado “manzanas de
significación”. A quien interese, aquí
un ejemplo de estas manzanas a las que el psicoanalista Carl G. Jung, y más
tarde (por imitación), el físico David Peat llamaron sincronicidades.
Más allá del campo del estudio de la
mente y de la relación mente-mundo, en biología las analogías han recibido el
nombre de “estructuras convergentes” y se consideran el producto de la evolución
convergente, es decir, de procesos evolutivos que acaban llevando al mismo lugar
a estructuras dispares.
Dichos procesos, dicen los científicos,
responden a razones biomecánicas. Personalmente, yo creo en la existencia de un
“deseo” de vida y de cierta memoria en la materia, pero esa es una visión desde
el imaginal de la que solo tengo la certeza de mi corazón y que, por tanto,
nunca servirá para la objetividad más pura –esa tentación.
Hay otro concepto que guarda cierta
similitud con mis manzanas que es el de “isomorfismo”. Este procede de las
matemáticas y designa la coincidencia formal de estructuras distintas. En el
siglo XX, además, el isomorfismo saltó a la Teoría general de
sistemas del austriaco Ludwig von
Bertalanffy quien, al darse cuenta de las coincidencias en la evolución de
los corpus de conocimiento de
disciplinas varias, propuso que debían existir principios comunes funcionando
en la formación de todos los sistemas.
Volviendo a Metaforia y a las manzanas de significación, creo (con Baudelaire) que el
conocimiento a través de la analogía, la metáfora y/o la comparación que el ojo
de la imaginación nos proporciona responde a la existencia en la realidad de analogías,
isomorfismos, sincronicidades y/o estructuras convergentes.
Por tanto, pienso que la imaginación nos muestra lo que llena el mundo de sentido y de significación,
pues gracias a las analogías se entiende –al menos en parte- el porqué de las
cosas; y no solo su cómo. [A pesar de lo dicho, y aceptando mi propia contradicción, sé que ese porqué
sigue siendo un secreto o un misterio, pero esa es otra historia cuyo final no
creo que esté escrito].
Por otro lado, parece que las analogías
estarían en el principio de “lo
similar produce lo similar” que rige
la “magia simpática” de las sociedades tradicionales; esa magia con la se
intentaba manipular –por imitación– elementos como la meteorología, el destino
de las cosechas o el amor. La manipulación de los metales la dejaremos, tal vez,
para otro post, pues tiene una
enjundia diferente, no menos apasionante.
Así que, a pesar del peso de nuestra
propia tradición ilustrada (nótese, por ejemplo, con qué superioridad hablaba de la
magia simpática James George Frazer en La
rama dorada, un clásico de la interpretación de los mitos), creo que las analogías,
isomorfismos, estructuras corvengentes nos recuerdan lo que podemos entender
del mundo a través de la imaginación; ese órgano perceptivo que nos muestra las analogías y da lugar a la
magia, el arte, la poesía… en definitiva, a todos los lenguajes con que las similitudes son
representadas.
Tal vez nos demos cuenta de que siempre hemos estado dándole un sentido y una significación a las cosas por analogía, con el mismo fin que cualquier otra estructura con su propia biomecánica: el deseo de pervivir; bailar con la entropía y/o a pesar de ella.
Tal vez nos demos cuenta de que siempre hemos estado dándole un sentido y una significación a las cosas por analogía, con el mismo fin que cualquier otra estructura con su propia biomecánica: el deseo de pervivir; bailar con la entropía y/o a pesar de ella.
Y aquí una nueva analogía entre nosotros y el resto que también nos recuerda que Metaforia es
el hogar común. O al menos eso parece, desde la imaginación y el intelecto cordial de este tejido.